El libro pánico
Reseña
En términos de reputación crítica, el narrador galés Arthur Machen (1863-1947) ha pagado un precio alto por haber intentado explorar mundos ajenos a la literatura del referente y del brillo psicológico. “Señor de lo extraño”, “Zar de lo bizarro”, “Príncipe del espanto”, “Exégeta de la rareza” son solo algunas de las fórmulas con las que la cultura oficial ha insistido en envolverlo.
No queda claro si Machen ha de ser considerado un ocultista, un habitante de revistas pulp, un tránsfuga que se abandona a fantasías extremadamente personales –es decir: un psicótico– o las tres cosas juntas. Lo cierto es que la narrativa de Machen usa una serie de convenciones de género a modo de andamio para llevar a cabo dramas complejos y humanos (o lo que es igual, para hacer literatura).
Vale la pena hacer hincapié en esto. Los cuatro relatos aquí reunidos, traducidos y prologados por el poeta y ensayista José Homero, no versan sobre monstruos (es decir, gente cuya naturaleza intrínseca es el mal) sino sobre posesiones, sobre el mal como entorno, como posibilidad y como fuerza. Esto también explica por qué los personajes de Machen no parecen meramente retorcidos o enfermos sino extáticos, transfigurados: están, literalmente, poseídos. Y si en sus peores momentos esos personajes resultan fascinantes no es porque Machen esté apoyando o mitificando el mal, sino porque lo está diagnosticando; y ello sin el cómodo caparazón de la desaprobación y con un reconocimiento abierto del hecho de que el mal es tan poderoso, entre otras razones, porque posee una vitalidad y una robustez repulsivas y es imposible no mirarlo fijamente.
Taciturno, inquietante, obsesivo y dotado de una enorme riqueza imaginativa, este es un tipo especial de libro magistral, literalmente profundo, y probablemente destinado, en su plenitud y en la del tiempo, a ser un clásico en voz baja.